lunes, 11 de noviembre de 2013

[Entrevista]: Antonio Martínez Sarrión


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¿Qué opinión te merece la poesía actual?
Vamos a ver. Yo he sido un lector de poesía, como de prosa, como de todo, infinito, pero con los años normalmente van variando los gustos. En estos momentos yo leo muy poca poesía, por aburrimiento. Cuando tengo mono de poesía me voy casi siempre a los mismos. Yo leo en tres o cuatro idiomas, pero ninguno de ellos me da tanto como mi propia lengua. En el momento en que tengo mono de poesía me voy a mis grandes clásicos (y contemporáneos), es decir, al siglo XVI y XVII español y a los grandes poetas latinoamericanos, que fundamentalmente son del siglo XX. La gran poesía en español es del siglo XX. Sabéis perfectamente que el siglo XIX en España -salvo alguna excepción- es un erial. En el XVIII ya no había ningún poeta, y en el XIX están Bécquer en Castilla, Rosalía en Galicia y Maragall en Cataluña. Vamos, una pobreza infinita. Nosotros tenemos el gran hándicap -aparte de otros históricos- de no tener una gran literatura en esos siglos, que es cuando la tuvo Europa. Dicho esto, que es como yo veo la historia, cuando tengo mono de poesía me voy a mis buenas ediciones de los clásicos.
Naturalmente, no soy tan pedante ni tan pedorro como para no leer a mis contemporáneos. Sí los leo, pero naturalmente tengo dificultades visuales y cansancio, así que voy seleccionando. Los nuevos poetas los busco a través de antologías y de libros que me mandan. Si un poeta me manda un libro, por lo menos lo hojeo. En algunas ocasiones les contesto. Leerlos, no tanto.

En esa línea, ¿cómo marcó su carrera el hecho de que le incluyeran en la antología de los novísimos?
Primero, en el años '70 la poesía tenía otros componentes. No muchos, no muy variados, pero sí considerablemente distintos a los actuales. Todavía entonces se funcionaba por grandes antologías. Todo el siglo XX está lleno de las antologías que hizo Onís, las que hizo Ruano, Enrique Azcoaga, la Antología consultada, la primera de Castellet, en fin, la mar en coche, ¿no? Funcionaba por grupos y por oleadas. La última avanzada, entonces, lo que hacía era renegar totalmente de lo anterior. Esta dinámica atravesó el siglo XX hasta mi generación. Esto era un cuartel repulsivo y Castellet era el único tío que tenía audiencia, tanto aquí como en Europa. Conocía a todos los editores de poesía y no-poesía en Francia, en Alemania, en Italia... Cuando Castellet, Barral y Gil de Biedma llegaban a Italia, los italianos, que eran gente de izquierda igual que ellos, los adoraban, les invitaban a comer, a cenar y a copas. Tenían una mala conciencia porque los españoles estábamos metidos en el franquismo.
Entonces Castellet, que en este momento tendría menos de 40 años, trató de hacer una primera antología en los '60. Fallida, como él ha reconocido varias veces, porque excluyó a Juan Ramón Jiménez pensando que la poesía simbolista no interesaba en aquellos tiempos. Yo creo que en aquellos tiempos la política era algo fundamental. De todas formas, la antología fue un campanazo; recogía 20 años de poesía española de tendencia más bien comprometida contra la dictadura, pero evitando -error garrafal- recoger en ella al que para mí es -junto a Machado- el mejor poeta español del siglo XX.

Ahora que has mencionado el compromiso: ¿crees que hoy en día hay una necesidad de poesía comprometida?
A ver, yo creo que la poesía estuvo comprometida siempre, para bien y para mal. Lo que ocurre es que entre la poesía comprometida -y este término no me gusta nada- había una poesía que era oblicua; tenía grandes capacidades retóricas para meter un mensaje -otra palabra horrible- o al menos una opinión del mundo. Y había otra que era una pura reproducción de panfletos propagandísticos (perfectamente legítimos, pero que no era poesía sino montones de poetas jóvenes). Incluso yo llegué a escribir puro panfletismo, aunque felizmente me perdieron mi primer libro. Los poetas que más admirábamos en ese entonces eran Gabriel Celaya y Blas de Otero, de los cuales llegué a ser amigo. Mucho antes de eso, en el año 56, cuando yo era un jovencito que llegaba a Murcia a estudiar (ya ha llovido y se ha secado el barro) y me reunía -por olfato, como siempre- con otros tres o cuatro inquietorros curiosones de la literatura y de la cultura y de la poesía en particular, cuando podíamos conseguir un libro al que era difícil acceder nos arrodillábamos. Por culpa de la censura, los libros se publicaban en México o en Buenos Aires y aquí eran carísimos. A alguien le compraba su abuela un librito de Blas de Otero o de Gabriel Celaya y circulaba entre nosotros. Realmente, en aquel mundo angustioso y cerrado leer poesía contra la situación en la que estábamos era la felicidad. Ése es el clima en que yo me eduqué y me empecé a interesar por la poesía.

Entonces, ¿cómo ha cambiado tu visión de la poesía desde que tenías 20 años hasta hoy?
Bueno, ha cambiado porque entonces, como para todo idealista, Bondad, Belleza y Verdad -en el sentido platónico- eran indistinguibles. Bebíamos de las poéticas de Shelley, Hölderlin y los genios del romanticismo italiano, inglés y alemán. Nos interesaba lo que era bueno, bello y verdadero. A los dieciséis años no podíamos admitir que hubiese un poeta que fuese un criminal y un genio. No nos cabía en la cabeza. Esto configuraba un pensamiento rígido, y no sólo en la poesía.

Me he quedado sobre todo con lo de “el sentido platónico”... ¿qué opinión le merece el griego clásico?
Yo tuve suerte, porque hubo una gran profesora en bachiller con la que estudié tres años de griego en mi instituto de Albacete. Ella hizo lo que pudo, pero por supuesto a mí ya se me ha olvidado todo lo que me enseñó.
Yo creo que lo primero que habría que hacer es reimplantar absolutamente las tradiciones clásicas: el latín y el griego lo primero. Si yo fuera un ministro y no la mierda esa que se llama Wert <sic> lo primero de todo para alguien que quisiera cursar humanidades, latín y griego obligatorios. Javier Solana, por ejemplo, el ministro aquel de hace treinta años, llegó a los Estados Unidos. Él era muy pronorteamericano, pero el desastre cultural de los Estados Unidos es absoluto salvo 3 o 4 figuras, porque allí realmente lo que importa es lo técnico y lo funcional. Y eso es lo que le gustaba a Solana. Así que mandó a la mierda el latín y el griego, que fueron la base de toda Europa durante cinco siglos. Los mandó a la mierda. Y así están las situaciones como están. Si no entramos en el latín y el griego clásicos como base de sustentación no hay nada que hacer.

Hay unos versos suyos que nos gustaron y nos parecieron curiosos porque aparece en ellos una figura que nos interesaba.
Era sosa y vulgar la animadora
un pálido remedo de la reina del vicio americano
o sea, Rita Hayworth.
¿Qué opinión le merece Rita Hayworth?
Vamos a ver. Rita Hayworth para mí, una persona de 74 años... cuando yo vi Hilda, esa película absolutamente malévola del mejor cine negro americano que fue la que la lanzó al estrellato mundial como un cohete, una especie de explosivo (por cierto, que coincidió casi con Hiroshima), aquella pelirroja que es toda sensualidad sale al mundo como imagen femenina totalmente inédita. Ya había habido rubias, Clara Bow, la desdichada mujer de Clark Gable, que murió en un accidente o las divinas suecas (la Greta y la Marlene, tal y cual...). Pero de pronto sale ésta, que era medio española, y el mundo entero se queda absolutamente asombrado. Por su sensualidad y porque la película era profunda y absolutamente amoral, porque al final salen vencedores los malvados, ella y el gran Glenn Ford, que le da la celebérrima -y reproducida hasta la angustia- bofetada. Esa película aquí -que había un control clerical y político absoluto- espera, espera, espera, espera... la permitieron. Yo no sé qué pasó. Habría dinero de por medio para los jerarcas franquistas o lo que fuera, pero se puso. Ahora bien, la iglesia se opuso radicalmente, y eso que hasta entonces el régimen y ella habían sido indiscernibles. En los años cuarentaycinco, pasada la locura pronazi -que nunca fue nazi en realidad- del hijoputa de Franco la unión a muerte es con la iglesia. Pues se enfrentaron de manera muy seria por esta película, por Hilda. Yo la vi con estos ojos en mi pueblo, a aquella Rita Hayworth que, quitándose los guantes, se desnudaba de manera mejor y mucho más sutil que en un desnudo entero. Su imagen, en los carteles, recibió tinteros de tinta, y en los púlpitos de las iglesias se decía: el que vaya a ver Hilda no tiene perdón de Dios ni de la iglesia ni de nadie. Era horroroso. Bueno, Hilda es una obra maestra del cine en estos momentos. A mí ella me gusta muchísimo y además me da mucha tristeza porque tuvo una trayectoria muy jodida y se fundió a través de malos matrimonios, alcoholismo... ya conocemos la historia.

Y viniendo al territorio nacional, ¿qué le parece Carmen Sevilla como la Rita Hayworth española?
No. Lo que pasa es que era muy bonita de cara, la chiquilla, y muy graciosa. Carmen Sevilla era graciosa, pero jamás podía llegarle a Rita Hayworth a la... quizá había una similitud: que eran dos muñequitas. Es decir, en aquellos años cuarenta el star system, que es lo que funcionaba en Hollywood, se copió y hubo un star system a la española, a la polaca, a la francesa... y del español Carmen Sevilla quizás fue la mayor en el plano cancionetista, aunque estaban Lola Flores, que era otro genio, y muchas otras. Yo me acuerdo de que mi viejo amigo Terenci Moix -que se vino a vivir a Madrid en el 64 y estaba todo el día conmigo- era un loco del cine y la literatura acabó haciendo un libro en el que repasaba a todas las artistas españolas, que se caracterizaban por ser todas cupletistas, no, mejor, las Grandes de la Copla. Tampoco eran copleras, ni grandes figuras del flamenco.
Pero desde luego Carmen Sevilla era importante y con ella vinieron a hacer películas Jorge Negrete, Luis Mariano... me parece que incluso llegó a trabajar con Vittorio de Sica o algo parecido. Neorrealismo rebajado. Pan, amor y fantasía. Pan, amor y jealouseía. Pan, amor y Andalucía. La misma fórmula del comandante Carotenuto.

Relación de la poesía con Dios.
Que quede muy claro. Yo soy absoluta y totalmente agnóstico. No, mejor dicho, ateo. Ahora, no hay cosa que me interese más que lo que Rainer María Rilke llamaba “lo abierto”. A lo desconocido, a lo mágico, a lo insólito. Me interesa el fenómeno religioso, pero aborrezco radicalmente toda religion establecida, sea monoteísta o politeísta, ya que toda religión establecida implica una jerarquía, y toda jerarquía es un crimen. Se llamen protestantes, budistas, adventistas del séptimo día, hebreos... toda iglesia establecida y jerarquizada es delincuente. A mí me interesa es el concepto de lo desconocido, lo abierto. Puedes llamarle Dios o lo que sea. Un día mi hijo pequeño me dijo: “papá, ¿tú crees en Dios?”, y le contesté: “en cuál”. Lo terrorífico es que todos los monoteísmos criminales que hoy en día seguimos sufriendo nos hacen creer esa estupidez infinita de que hay un solo Dios que además está continuamente pendiente de cada uno de nosotros. Algo absolutamente espantoso, pero la gente lo cree. Que hay un señor por ahí, en las altísimas esferas, que está preocupado de si robas o no robas, de si comes o no comes, de si trabajas o no trabajas, de si te la meneas o no te la meneas. La gente lo cree. La gente lo cree. En este país si creías en otra cosa te echaban inmediatamente al brasero de la inquisición. La gente de aquí vota a la derecha, digamos al partido popular, que para mí no tiene ningún tipo de prerrogativa frente a la mierda que es el partido socialista. Toda esa gente, que parece ser más cercana a la iglesia, es profundamente nihilista, no creen en nada, no creen en Dios, no saben nada de religión. A un Rajoy o una Esperanza Aguirre o aquellos hijoputas delincuentes les dices “hábleme usted de lo que es la predestinación en Calvino” o “cuál es la noción que se desprende de la zarza ardiendo en la Biblia o de la lucha de Jacob con el ángel”. Ellos, que son más cristianos que nadie, padecen analfabetismo en todo, y sobre todo en religión. Totalmente ignorantes.

¿Describió, entonces, Unamuno bien la sociedad española?
Unamuno era maravilloso. Era un hombre muy complejo y muy contradictorio. Todas sus tomas de postura fueron volátiles; sus adhesiones y sus fobias. Por hablar de su última etapa. No sé si sabéis que cuando se dio el golpe de estado en el 36 Unamuno -que había estado contra Primo de Rivera y a quien la República había adorado- se adhirió inmediatamente al bloque fascista. Llega el 18 de Julio, sale del casino de Salamanca, en la Plaza Mayor y dice “ahora a por el faraón del Pardo”. Quería liquidar a don Manuel Azaña. Tras todo ese despropósito de don Miguel -que es la figura más egregia que teníamos junto a José Ortega y Gasset- llega el 12 de octubre y, en un acto que él preside en Salamanca junto al obispo y a un militar, Millán Astray, que era un legionario, dice viva la muerte y Unamuno responde “viva la vida. Ustedes son unas bestias y unos analfabetos”, mientras lo encañonaban los legionarios. Por eso tuvo que intervenir la mujer de Franco, para pararlos, porque lo mataban.
Unamuno era un hombre de un ego enorme. De hecho, cuentan que don José Ortega y Gasset estaba en su despacho con alguien y le dijo: “perdone pero tiene que marcharse, que viene Unamuno y su ego ocupa todo esto”.

Ahora vamos a pedirte tres recomendaciones: un libro, una película y un viaje.
Veamos. ¿Un libro? El Quijote. ¿Una película? El tercer hombre. En cuanto al viaje, a cualquier destino siempre que fuera del norte de Italia, sobre todo la región de los lagos. Ése es un viaje porque algo me espera allí; algo muy importante. Además, últimamente he vuelto a leer La cartuja de Parma, de Stendhal, que transcurre en esa zona y me he quedado otra vez pasmado.
Si me pedís un viaje que haya hecho, diría Berlín; me parece una ciudad maravillosa.

¿Esos viajes han nutrido su experiencia a la hora de escribir?
No me digas de usted, joder. Todos los sucesos de mi vida, elaborados a través de la palabra, alimentan mi poesía, como todas las poesías del mundo. Y también la guerra. Homero hizo a partir de la Guerra de Troya esa maravilla que es la Ilíada.

Es que ahora nos enseñan a no pensar en el autor.
Eso es un horror de lo que se llamó el telquelismo, o la textualidad frente a la biografía. A mí lo que más me interesa de la literatura es la biografía, y estoy contra el texto puro y duro. Roland Barthes era un gran crítico, y Maurice Blanchot probablemente también, y algunos otros telquelistas. Querían apartar cualquier elemento externo al texto. Yo soy todo lo contrario. Me gusta mucho el texto y la biografía y la cultura de la época me lo enriquecen de manera infinita, lo cual las reducciones semióticas jamás logran. A mí en los 60 me recomendaban leer a los franceses. No, mire usted, no. Yo soy de la escuela historicista. Baroja decía que lo que a él le interesaban eran las anécdotas, igual que Merimée. Pues a mí, lo mismo. Ahora, las anécdotas bien contadas. Las anécdotas, bien contadas.

Has nombrado a Baroja. Yo venía leyendo a Bolaño.
Bolaño es uno de los autores que yo he leído con absoluto placer. En prosa castellana, en los últimos treinta años, mi gran descubrimiento y mi gran pasión es Bolaño. También, naturalmente, me gusta mucho la primera etapa de las novelas de Marías. Era muy bueno. Al final, ya no. Está cansado. Pero en la etapa de los 90 produjo 4 o 5 novelas de primer orden. Pero Bolaño es muy superior.

¿Y Borges?
Si me hubieses pedido los tres narradores más grandes de mi lengua yo a los que amo sobre todo son Cervantes, Valle-Inclán y Borges. Hay montones de grandísimos escritores que han escrito en nuestra hermosísima lengua, pero para mí esos tres son lo máximo.

¿Qué relación crees que hay entre las drogas y la literatura?
Yo creo que en estado segundo, de alucinación drogada, se ha escrito parte de la literatura fantástica y visionaria, la que a mí más me interesa. Está muy bien ponerse en estado de trance; yo me he puesto, y con muchas cosas. Yo he bebido mucho, he fumado mucho... salvo la heroína, que me negué radicalmente desde el principio, lo he probado todo. Hay textos míos que están escritos en estado de normalidad -si eso existe-, pero rememorando experiencias de estados segundos. Ahora bien, muchos grandes críticos y escritores no se han cansado de repetirlo: para escribir hay que estar del todo lúcido. En ese estado, puedes contar todas las locuras y los descensos a los infiernos que quieras. Hay algo muy engañoso que a mí me ha sucedido: cuando estás colocado y bien colocado (por ejemplo con marihuana o hachís o ácido lisérgico) dices “coño, lo que se me está ocurriendo” y luego al día siguiente lo lees y dices “vaya mierda. Pero si esto es una trivialidad y una tontería”. Por eso hay que tener gran cuidado. Haga usted todos los experimentos, a ser posible sin riesgo, porque la vida tiene sentido, pero cuando escriba, escriba a pan y agua.

Entonces Baudelaire y Benjamin...
Pero Baudelaire y Benjamin, por las biografías que conocemos, yo creo que escribían lúcidos. En los poemas de Baudelaire resuena su condición de alcohólico y opiómano, pero cuando los escribe hay un control absoluto. Baudelaire es uno de los escritores más controlados de la historia de la literatura; de los menos automáticos.

¿Tiene sentido leer poesía traducida?
Se ha dicho muchas veces “traduttore, traditore” (traductor, traidor). Eso es cierto. Hay un genio en toda literatura, y sobre todo en la poesía, que es inalcanzable, metafísico, musical, ontológico, o como quieras llamarlo, que está metido en toda la estructura de la lengua, en toda su música y su ritmo. Y, sin embargo, toda la poesía universal ocurre de traslados de unos poetas a otros, de unos idiomas a otros. No se puede traducir, pero no se ha hecho otra cosa que traducir poesía. Fijáos en la paradoja.
Yo he leído mucha traducción de poesía japonesa y me he preguntado: “¿qué quieren decir éstos, si sus pictogramas son tan bellos como inaccesibles?” Sin embargo, yo creo que al menos un frescor, una ventolina de los grandes maestros del haiku nos llega en traducciones.
La influencia de la poesía oriental en la occidental es importantísima. Ya se sabe que San Juan de la Cruz, que es la máxima figura de toda la poesía en castellano, estaba influido por la mística árabe. La influencia de la poesía oriental en la occidental es inmensa; mayor que la de la occidental en la oriental.
(Julio le pregunta por el Libro de Buen Amor)
El Libro de Buen Amor es una locura, es una maravilla. Eso no lo lee nadie. Pero me da igual. Bueno no, no me da igual: me molesta mucho. Por eso cuando yo he tenido que actuar en colegios de secundaria les digo a los chicos: “si los profesores os obligan a leer El Quijote, negaos”. Yo odio que les pongan a los chicos de doce o trece años El Quijote. Porque El Quijote es un libro que hay que leer a los cincuenta años, y a mí me da mucha lástima y me produce muchísima congoja que los niñitos odien El Quijote, y eso tiene que saberlo un profesor de letras. Se les puede dar un libro de viajes de Delibes. Se les puede dar un librito de viajes -mejor o peor- de Cela. Una novelita de Muñoz Molina. Pero Cervantes... a mí no me ponga usted las manos sobre Cervantes antes de tener 50 años, porque entonces será cuando usted verá lo que es bueno.

¿Qué te parece el hecho de que hayan colocado en la que fue la casa de Cervantes, en el barrio de las letras, una tienda de prótesis?
Irónico, surrealista. Señores, si ustedes no atienden a este patrimonio... yo he llevado a mucha gente a ver dónde está enterrado Cervantes.
En alguno de mis viajes a Inglaterra, he estado en Stratford, y he visto el culto que tienen a su hombre preclaro, posiblmente el más preclaro de la escritura universal. Si me dijeran: ¿cuál es el escritor más grande? Más grande que Dante, más grande que Homero... para mí es Shakespeare, evidentemente. Pues Cervantes es de esa categoría. ¿Ustedes han visto, no ya las prótesis, sino el estado en que tienen aquello? No interesa. No interesa. Hacen grandes festivales los académicos polvorientos. No interesa. Y además joden la historia, porque Cervantes es un escritor para adultos, un hombre de una infinita complejidad, de una infinita riqueza y, si me apuras, de una infinita tristeza, pese a su lado humorístico. Lo que ocurre con Cervantes es que respecto a todo el lado bronco que tiene la literatura española -acordaos de Quevedo y de Valle-Inclán- ofrece una mirada que no es muy castellana, una mirada muy compasiva. También puede ser muy duro, pero lo fundamental en él es su piedad. Y eso no es nada normal en nuestra literatura ni en el carácter nacional.

¿Piensas que ahora la gente lee?
No sé si la gente lee. Lo que sí sé, y eso lo suelo contar, es que en las pocas librerías en las que los libreros saben lo que venden y no son mercachifles nunca ha habido en castellano unas traducciones tan solventes como las de hoy. Yo me alimenté en los años 50 de la colección Universal que hacía Espasa Calpe antes de la Guerra Civil. Era lamentable. Leer a Dickens o a Faulkner en traducciones argentinas era una tortura. En estos momentos está a nuestra disposición toda la literatura universal. Maravillosamente traducida, prologada, estudiada y anotada. Lo que pasa es que no se lee. Si a la gente se le ocurre algún día leer se va a la feria del libro y se compra una novela de un escandinavo que es una historia de suspense o de novela negra. Eso es lo que la gente compra en estos momentos: literatura de estación de ferrocarril, de aeropuerto. Ahora se ha puesto muy de moda, y eso lo han aprovechado los suecos y los noruegos y los daneses y ahora tendrán un montón de gente en talleres de hacer thrillers o películas negras a la escandinava. Y eso es lo que la gente está leyendo, cuando lee, que es poquísimo, entre otras cosas porque están todo el día metidos en la televisión. La gente está currando y cuando llega a su casa se pone en la tele. Sobre todo los varones, que somos muchísimo más brutos, las mujeres creo que leen algo más. Los varones de 20 a 60 años no leen nada. Ven partidos de fútbol en la televisión, o noticias, o series, o mierda.

¿Es usted aficionado al fútbol?
Nada. Odio el fútbol. Odio todos los deportes. Lo siento. Y sobre todo los deportes multimillonarios, los deportes en los que el señor Messi o el señor Ronaldo están cobrando cantidades absolutamente galácticas. Naturalmente esto está utilizado políticamente, ¡bueno! Cuando yo era joven Franco metió a su equipo -que era el Real Madrid- a través del Bernabeu para entontecer al personal, como hacían los emperadores romanos: pan y circo. Pues entonces, que yo creía que estábamos alienados, no era nada comparado con lo que es hoy. El fútbol en estos momentos, tal como está estructurado (en retransmisiones, en partidos, en figuras, en sociedades anónimas) es mucho peor, y va totalmente de la mano con la televisión. Las empresas multimillonarias del fútbol llegan a acuerdos con las emisoras para darles exclusivas: es un negociazo absoluto. Con la literatura esto no pasa, claro. Sin embargo antes, en los años ochenta, que vosotros no lo conoceréis, en el programa Blanco y negro adaptaban una obra del teatro universal (desde Esquilo a Pirandello) con una dignidad absoluta. ¿Por qué no ponen grandes obras de teatro y ponen mierda de series americanas sobre hospitales centrales o sobre mierda puta? ¿Pero qué coño me interesan a mí las historias de un hospital norteamericano? Durante el franquismo se ponía El avaro, de Molière, o La vida es sueño u obras de Chejov a las nueve de la noche, en prime time. Eso era calidad. La televisión es el veneno absoluto. Yo no veo jamás la televisión.

¿Qué opinas de Dragó?
Sánchez Dragó fue íntimo amigo mío, y en un momento determinado -exactamente en el año 70- se convirtió en el mayor canalla que existe. Un sinvergüenza absoluto.

¿Son buenas las ediciones digitales, o sigues recomendando el papel y el libro?
Yo, la verdad, si los chicos en las tabletas leen, pues bienvenidas sean. Lo que pasa es que me temo que eso no es así. Os voy a contar una anécdota. A mí me parece que el máximo escritor vivo, como crítico de la cultura, es George Steiner. No sé si sabréis quién es. Si no habéis leído a George Steiner no habéis leído nada. Hay que empezar leyendo a George Steiner. Sus obras están escritas en inglés -aunque él es cuatrilingüe-, y están en todas las librerías. Hay que leer a Steiner porque es el hombre que mejor ha explicado -después de Eliot y de Octavio Paz, quizá- qué es leer y qué sentido tienen la lectura y la cultura y el hombre. Tiene ochenta años y ha estado en universidades de todo el mundo, pero sigue publicando. Yo soy un gran admirador suyo: para mí es mi dios. Judío, naturalmente, pero no sionista. En sus libros mete unos viajes a los comportamientos políticos y estratégicos y militares del estado de Israel y sus infinitos crímenes contra los palestinos que lo acreditan como judío totalmente honrado. Ése es George Steiner. Por favor, leed a George Steiner. En su último libro decía: “unos colegas míos y yo hicimos una prueba de análisis de riqueza léxica de los mensajes que intercambian los jovencitos y las jovencitas en sus soportes digitales. ¿Saben ustedes con qué cantidad de palabras se manejan? Con setenta.” ¿Van a mejorar algo la tableta y el móvil? Si siguen mandándose mierda con setenta palabras estúpidas no. Funcionar con setenta palabras es no vivir. Naturalmente, la riqueza del mundo radica en el nombre, en el verbo, en la enunciación. Los chiquitos y las chiquitas no tienen la culpa, claro. Quienes tienen la culpa son todas las grandes compañías y los políticos que están completamente arrodillados.

¿Existe una relación entre la literatura y la pobreza? ¿Existe el genio como tal?
Hay una cosa que sí existe. Sin duda alguna, en un Shakespeare o un Valle-Inclán hay algo dado, posiblemente genético que los hace proclives, curiosos, sensibles a las palabras como no somos los demás y, naturalmente, inventivos. Si además viven rodeados de un ambiente cultural muy rico y muy selecto... pero incluso gente que ha tenido sólo el toque genético pueden llegar a ser grandes genios. Se conocen grandísimos escritores cuya infancia fue precaria hasta la limosna. No es mi caso, como no es el de Gloria Fuertes ni el de Miguel Hernández. En mi casa, por ejemplo, no se pasó hambre nunca, pero los salarios de mi madre y de mi padre eran absolutamente minúsculos. Hablo de los años 40, cuando yo me crié.
Con todo, casi todos los escritores han salido de la clase media, aunque no siempre. En el siglo XVII los que escribían eran, fundamentalmente, curas o nobles o soldados o gente de la corte, pero eso cambia radicalmente en los siglos XVIII y XIX, sobre todo en el XIX, en el que la burguesía hace su revolución y todos los autores de óperas y de operetas y de novelas son atrapados por la burguesía, aunque la poesía no les interesa para nada. Cuando llega el XIX los burgueses dicen lo mío es la ópera, la novela (Dickens)... y a los poetas que les vayan dando por el culo.

¿Es la poesía, entonces, necesariamente elitista?
Tuvo que serlo a partir de un momento, pero no creo que lo haya sido siempre. No lo fue, por ejemplo, en la época de los juglares, y quizás en el siglo XVII tampoco tanto. Cuando sí fue radicalmente elitista y desafiante fue cuando la burguesía en el XIX rechaza a los poetas y éstos dicen: os vais a enterar. Entonces nacen unos cifrados absolutamente herméticos que duran hasta hoy. Y esto lleva, naturalmente, a algunas situaciones desastrosas. Poetas suicidas, asesinados, enfermos, sifilíticos, arrastrándose por las calles en la pobreza más absoluta... las dos docenas de genios que montan la poesía moderna desde el simbolismo llevaron una vida desastrosa. Quien tampoco lo admitía fue Goethe cuando dijo en su lecho de muerte: no os preocupéis, no fui feliz. Ya que todo hacía pensar que vivía en el esplendor, en el antibaudelaire, en el antiverlaine, en el antirimbaud.

La Real Academia.
Escuchad esto de Rubén Darío, que era un poeta genial: y de las blasfemias / de las academias / líbranos señor. Un catedrático de universidad al que han metido en la RAE, que a mí no me interesa nada, se cree un dios. Si tú eres un alumno y no estás en el grado de servilismo y genuflexión absolutamente miserable que ellos exigen no eres escuchado. Quien considere que existe una única lectura de Gracián o de Benet no debería estar dando clase. Aparte: estar o no estar en la RAE es exactamente igual, porque es un sitio detestable. Y si empiezas a pasar lista de quiénes van siendo académicos te quedas absolutamente pasmado, es decir: un señor que es la negación absoluta de toda literatura y la exaltación de todo el comercio miserable como es Pérez Reverte. Y ahí lo tienes, en la RAE. Una señora que no sabe poner una palabra detrás de otra y si las pone aburre a las vacas como es Soledad Puértolas, ahí la tienes. Y además firman; firman después de artículos: Rosa Montero, de la Real Academia Española. Yo me quedo pasmado. Tienen poder. Tienen poder y nos cagan porque tienen poder.

¿Qué te parece la afiliación de Heidegger al partido nazi?
Es una cosa casi inexplicable. ¿Cómo un hombre con la cabeza de Martin Heidegger pudo caer en esa brutalidad absolutamente primaria del partido nazi? Pues ahí está. Y hay libros y libros y libros que se han vuelto tarumbas intentando explicarlo. Marcad en internet, si no. Ésa es otra muestra de que verdad, belleza y bien no coinciden. El bien y el mal son categorías para entontecer a la gente. Tienen unas enormes interacciones en la vida y en el arte, y el que intente separarlos es un fundamentalista asqueroso. Aunque si alguien dice: éste es el bien y éste es el mal y hay que estar con el mal... con ése ya tengo una cierta simpatía. Todo el mundo entraña una contradicción. Creo que la humanidad está fundada en contradicciones, es decir, en tropiezos y superaciones. Yo soy muy dialéctico heraclitiano, hegeliano y marxista. Mi marxismo está fundado en lo mejor de Marx y, naturalmente abomino de todas las aplicaciones que los llamados marxistas hicieron de su teoría. Yo no estoy de acuerdo -aunque en la juventud sí lo estuve- con Lenin, y mucho menos con Stalin y con Mao. Todos en política te dirán que son unos ultraliberales, como Mario Vargas Llosa, pero al final los ultraliberales lo que son es unos hijos de puta y están absolutamente de acuerdo con todo el capital financiero internacional. Vargas Llosa es un canalla, y sólo son buenas sus dos primeras novelas. La ciudad y los perros me pareció una obra maestra. Cuando mi hijo cumplió los trece o los catorce se la recomendé. La casa verde también me pareció buena. Pero a partir de Conversaciones en la catedral, que me la recomendó una escritora amiga mía, no pude más. Y cuando me dijeron: no, es que ahora tienes que leer una historia que sucede en el norte de Brasil, La Guerra del Fin del Mundo... dije que no. Yo con Vargas Llosa lo he intentado muchas veces y no me dice nada. La fiesta del chivo no la leí. Tiene una adaptación hecha por un miembro de su clan, que es un clan absolutamente mafioso, y la película me pareció espantosa, formal y temáticamente. Y desde luego cada vez que se sube al púlpito de El País los domingos para echarnos el sermón neoliberal suelo no leer nada. Acordaos que cuando las elecciones de noviembre escribió votad todos a Rosa Díez, y Rosa Díez está a mil kilómetros a la derecha del señor Aznar y de la señora Aguirre, que son lo más abyecto del mundo. Pues Marito decía que la votásemos. A mí el señor Vargas Llosa me parece lo más reaccionario del mundo en política, y literariamente inexistente. Una página de Julio Cortázar, no, una línea de Julio Cortázar para mí vale como toda la obra de Vargas Llosa. La poesía es algo que está y no está. Vargas Llosa era un arquitecto, sabía construir, pero no tenía sentido de la poesía. García Márquez no, García Márquez era un genio, pero ya está agotado.

¿Es la poesía la base de la vida?
No. La poesía es algo que circula en montones de espacios de nuestro transcurrir, pero no creo que sea la base de la vida. La poesía es uno de los valores máximos de mi existencia personal en el mundo. Es esa capacidad de transfiguración, de imantación. Eso es la poesía. A mí lo que me interesa del mundo es el misterio.

¿Conoció usted a Gonzalo Torrente Malvido?
Conocí y traté mucho a “Gonga” (así le llamábamos familia y amigos). Era un tipo excepcional y un escritor bastante considerable. Fue acaso, con Oroza, el último bohemio de verdad, como Carrere o Sawa. Habría que hacer una buena antología de cuentos, que es lo que mejor hacía.

¿Crees que la música es un arte superior a la poesía?
Sí, siempre. No tiene la sujeción semántica que tiene la poesía. El punto más alto en la sensibilidad es la música.


 Ser Beethoven o Brahms o Bach o Weber o Charlie Parker es la gloria.

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