viernes, 25 de enero de 2013

Barbarismo: ¿ilustrado?

In Barbaros Poetas oratio

     El poeta otea el horizonte: allá, a lo lejos, un grupo literario. Sus miembros son jóvenes. Leen, escriben y beben. Son divertidos y audaces; tienen nuevas ideas. El poeta se acerca, traba amistad y publica: ¡se barbariza! Ya es uno de ellos.

     El proceso, pese a lo que pueda parecer, es sencillo. No son precisos rituales ni ceremonias, no hay que compartir una visión del mundo o de la literatura, ni ser de una determinada ideología política. Tampoco les unen temas o estilo; su única característica común es el barbarismo. ¿Es que son muy agresivos?, se pregunta el lector medio. ¿Acaso escriben poemas onomatopéyicos?, piensa el versado en Humanidades. No, no se trata de eso. El poeta nos lo explica: es una nueva acepción de barbarismo. Ahora el bárbaro no es bruto, tremendo ni extranjero, sino independiente. ¡Ah! ¿Es una vanguardia catalana? No, peor aún: es cosmopolita.
     El barbarismo, según parece, es ahora una actitud lectora. El escritor bárbaro es aquel que no se deja influir por la crítica cuando lee. Loable actitud, pero para eso no se necesita un grupo literario, y menos teniendo en cuenta que la lectura es normalmente individual y que para no dejarse influir por la crítica –gran demonio– no hay más que no dejarse influir por ella. Volveré sobre esto, pero antes urge responder una pregunta: ¿al escritor bárbaro se le reconoce por su modo de leer? ¿No será entonces un lector bárbaro? Quien se pregunte esto tiene razón: si el barbarismo es exclusivamente una forma de leer, no puede haber ningún escritor bárbaro. Pero puesto que los hay, el barbarismo ha de ser también una forma de escribir. El poeta contesta presto: ¡sí, escribimos sin el influjo de la crítica! Muy vago, y muy estúpido: ¿qué será escribir sin el influjo de la crítica? ¿No escribir como Cervantes, Proust o García Márquez? ¿Será escribir “personalmente”? ¡Aleluya, pues! ¡Una generación de jóvenes poetas se ha deshecho, por primera vez en muchos siglos, de la crítica! ¡Ah, el aire renovador de la redacción sincera! El bárbaro es libre, y si quiere escribir cuentos, escribe cuentos; si quiere poesía, ¡escribe poesía!
     Singular especie, nueva invención. ¿Hay algo más que los una? El estilo, los temas, la ideología no importan. ¿Quizás algún ídolo? No, pues no hay que tener a nadie en el altar, eso es pernicioso. ¿Y Bolaño? No será un ídolo, pero le han tomado la palabra: si Bolaño dice bárbaro, ellos se llaman bárbaros; si Bolaño se ríe de las vanguardias, ellos se toman en serio la humorada. Bolaño presenta a un personaje que defeca en Stendhal, sangra sobre Balzac y eyacula sobre Víctor Hugo y lo llama humanización de las obras de artes. Quien advierta una broma está equivocado, pues el barbarismo ha revelado el verdadero sentido del pasaje: es una metáfora. El proceso de ensuciar los libros con fluidos corporales simboliza algo necesario, sin lo cual perecerá la comprensión de la literatura: se trata de humanizar los grandes clásicos. ¿Es que Don Quijote, Los viajes de Gulliver, Crimen y castigo no son lo suficientemente humanos? Lo eran, antes de la intervención de la crítica, que los ha subido a un pedestal y los ha hecho inaccesibles. Es preciso, pues, prosigue el poeta, bajarlos del pedestal y humanizarlos de nuevo. ¡Sacudámonos la crítica, leamos desde nosotros y no tengamos miedo de nuestras propias conclusiones! Amigos lectores y escritores: la nueva vanguardia europea viene a salvarnos a nosotros, pobres esclavos, de nuestra devoción por la crítica. ¡El nuevo barbarismo se levanta glorioso para liberarnos de la vil opresión! Solo dos preguntas flotan en el aire sin respuesta: ¿cómo escriben los bárbaros? ¿Qué hay que hacer para leer sin el influjo de la crítica?
     Contened vuestra impaciencia, y esperad: la respuesta llegará tan pronto como el Lazarillo sea humanizado, tal es la ocupación actual del barbarismo ilustrado. ¿Ilustrado? Más bien estulto.

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