viernes, 13 de enero de 2012

Respiración artificial


Hacía tanto que no leía un libro de la calidad de Respiración artificial que creo que tal vez mi estómago no estaba preparado para digerirlo. Como sea, lo devoré en menos de un día, y si hubiese sido más largo, más tiempo me habría quedado yo prendido en su prosa magistral, su reinvención del estilo indirecto y, sobre todo, sus personajes, armados con algo de aquí y algo de allá pero siempre coherentes, siempre firmes, sin que se noten las costuras entre los retazos que los componen.

Para empezar, diré que tengo entendido que Ricardo Piglia gusta de jugar con los distintos estilos narrativos, y eso es lo que hace cuando nos presenta una primera parte del libro en forma parcialmente epistolar. Desde ella es desde donde Emilio —de quien no diría que es un alter ego de Piglia, yo nunca digo eso, a pesar del nombre completo de Piglia, a no ser que el mismo autor lo afirme, y aun entonces sólo con el permiso de Barthes lo puedo decir— nos informa de que al cual dicho sea de paso (al género epistolar) lo liquidó el teléfono, volviéndolo totalmente anacrónico, habría que decir que con Hemingway se pasó del género epistolar al género telefónico. Los paréntesis están en el texto.

Más tarde, el lector se va dando cuenta de que Piglia utiliza un estilo indirecto sutil, en el que el protagonista puede llegar a decir que alguien dice que otro le dijo lo que le contó de oídas un tercero, por poner un ejemplo, lo que en una novela que pretende o quizás no pretenda, pero se pregunta acerca de ello— indagar en cómo narrar los hechos reales no deja de ser significativo. ¿Cómo narrar los hechos reales sino como un conglomerado de testimonios y experiencias filtradas por un personaje de un genio deslumbrante como es el polaco Tardewski1, cultor del fracaso? ¿Qué hace Piglia, en el fondo, sino narrar los hechos ocurridos en la Argentina a partir de testimonios? Por cierto que para mí la pregunta que nos rodea, cómo narrar los hechos reales, es más una meditación de tipo filosófico, espistemológico se podría decir y no una mirada al terror, como se pretende, al menos, en la contraportada de la edición que yo manejé (Seix Barral).

Pero sobre todo lo que encontramos en Respiración artificial es lucidez. Piglia se muestra extremadamente lúcido cuando elabora teorías sobre sus predecesores o contemporáneos. Una de las más flamantes es aquélla en la que, argumentando pausada y rigurosamente, construye ladrillo a ladrillo el postulado de que Borges —a quien llama el mejor escritor del siglo XIX— es el escritor por excelencia de la literatura argentina porque —dice él— hace más y mejor que ninguno lo que esta literatura se ha dedicado a hacer durante toda su historia: citar mal a los autores europeos. Sin que haya, me parece, ningún atisbo de crítica en esta afirmación, aunque trata la obra Borgeana como una gran parodia, lo cual no es raro teniendo en cuenta que Emilio Renzi lo trata todo como una parodia de algo. Borges se ríe de todo aquello que él mismo respeta, lo parodia. Lugones, Groussac, el Martín Fierro. Entonces, creo yo, la concepción de Borges de la lengua como un sistema de citas cobra una nueva dimensión.Especialmente revelador es, por cierto, el fragmento en que afirma que el Facundo empieza con una cita mal hecha en francés.

Pero, ¿realmente pensaba Piglia todo esto, o es sólo una broma? Cuando nos dice que Pierre Menard, autor del Quijote es un chiste acerado contra Groussac, ¿habla en serio? Bueno, en sus inteligentísimas —sin que por ello dejen de ser humorísticas— tesis literarias yo me atrevería a decir que algo de verdad —o de pretensión de verdad— hay, pero cuando realmente juega a la deformación extrema es cuando habla de la historia, de Hitler, sin dejarla jamás zafarse de su contraparte ficcional, la literatura, mezclándolo con Kafka. Hitler influye a Kafka en lo que nos cuenta Tardewski, mucho, de hecho es esencial cómo un encuentro de un personaje histórico puede definir axialmente una de las literaturas más influyentes del siglo XX, elaborando así Piglia todo un monumento a lo que pudo ser.

En fin, en Respiración artificial, por muy publicitario que suene, hay todo esto y muchísimo más, pero como no puedo dar cuenta de su totalidad —o no me apetece— sólo resta recomendar leerlo. Ah, lo olvidaba, uno de los aspectos más interesantes del libro es su forma de tratar otra de las fuerzas que entran en ese tira y afloja literatura-ficción: la filosofía. Por supuesto, como en todo autor moderno —y digo moderno cronológicamente, no perteneciente a la modernidad que Nietzsche designaba por el nombre de estupidez— no pueden faltar un par de bromas a costa del pobre Kant. La pregunta es: ¿de verdad cabe todo eso en un libro? Cabe, cabe, eso y más que me olvido y seguro que más que no he sabido ver o inventar, así que lo dicho: hay que leerlo.

Termino con una preciosa cita de Tardewski cuando filosofa a raíz de la historia de un tipo que mató a su mujer mientras limpiaba una escopeta, al más puro estilo Burroughs. Ahí va:

Después de los treinta, le digo, ya no somos otra cosa que una triste amalgama de ilusiones y de mujeres a las que hemos matado con un tiro de escopeta.

1. Se dice que este personaje es una mezcla de Gombowicz y no sé quién. Yo no sé, no me meto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario