sábado, 10 de diciembre de 2011

Las lanzas coloradas

Por segunda vez voy a tener que sujetarme voluntariamente a la brevedad. En este caso la razón es simple: Arturo Uslar Pietri, el laureado autor de Las lanzas coloradas, es una figura importantísima en el desarrollo de la forma de pensar la identidad latinoamericana así que, en tanto es un pensador además de un escritor, no puedo hablar mucho de su primera novela sin meterme en cenagales por los que no quiero pasar, ya que la intertextualidad en esta clase de autores no pasa sólo por su producción literaria, también lo hace por la ideológica, y como no he leído sus ensayos -ni siquiera sus otras novelas- no me veo con derecho a hablar del libro más allá de lo que en el libro podemos encontrar o los valores humanos que se pueden considerar de una cierta universalidad.

Las lanzas coloradas sería fácilmente calificable como novela histórica. Para mí no tiene importancia si lo es o no pero, sin ponerme esencialista, quiero dejar claro que cualquier rasgo de historicismo que pueda tener -y los tiene- no me interesa ni lo más mínimo. Espero que no se me malinterprete: me interesa la historia de los países de Latinoamérica, en concreto ésta, la de Venezuela, pero -y ahora en lo que no quiero caer es en el formalismo- ésa me parece tarea de análisis para un historiador, no para mí. En definitiva, no me voy a dedicar a resumir la obra.

Sin embargo, sí quisiera resaltar su carácter argumental. En Las lanzas coloradas es esencial el transcurso de los acontecimientos, sin que por ello se pueda decir que carezca de una cierta profundidad. En este sentido creo que no es descabellado compararla con las novelas de Pío Baroja. En concreto me ha recordado bastante, en algunos puntos, a El mayorazgo de Labraz, pues si tomamos a los personajes como alegorías hallamos ciertos paralelismos entre estas dos novelas, aunque las equivalencias son sólo parciales. ¿Qué quiero decir con esto de las alegorías? Daré unos ejemplos. Inés representaría la inocencia, el capitán David la nobleza, Presentación Campos también, pero en un sentido mucho más nietzscheano, es decir, representaría a los señores. Fernando, claro, representaría al intelectual burgués y cobarde.

A través de todo esto podemos contemplar una técnica esencial en el libro: Uslar Pietri siempre hace desdichados a aquellos personajes con los que nos hace encariñarnos, como por ejemplo Fernando. Y cuando digo desdichados no me refiero a su circunstancia, pues Fernando es desdichadamente cobarde, arruina todo lo positivo de su ser con esa cobardía. En el caso de Inés, la desdicha sí es circunstancial, hasta el extremo de que Uslar Pietri, en el momento que para mí es el más destacable de la novela, la hace resurgir de entre las cenizas sólo para volver a perderla por los montes venezolanos. Este episodio está cuidadosamente detallado, y el lector se puede preguntar: ¿por qué Uslar Pietri dedica tamaña parte de su talento en describir esa especie de broma grotesca? Porque "esa broma" es el pilar maestro del que para mí es el leit-motiv principal del libro: no hay justicia. De hecho, la escena es casi sagrada, casi bíblica y muy simbólica. No hay más que ver cómo acaba: una mujer frente a dos caminos debe escoger entre su deseo y la verdad, entre la justicia o la comodidad, más o menos como Fernando debe hacer en todo momento. No me extenderé más porque no me gusta "contar los libros", pero espero haber dado un par de claves que faciliten un modo de comprender ese episodio crucial.

En general, me parece una obra que merece el tiempo y el esfuerzo que cuesta. De hecho, no hay más que ver el intervalo de tiempo entre mi última entrada y ésta para ver que ese tiempo es demasiado. Habría mucho más que decir, pero nada que no implicase tocar terrenos peligrosos. De todos modos, esta obra no tiene un contenido filosófico o técnico tan profundo como para extenderse demasiado en ella, sin que nada de esto la desvirtúe, claro, nada más lejos, de hecho el trabajo que debió costarle a Uslar Pietri el escribirla, la documentación que hubo de recabar, son dignos de mi admiración.

Un breve apunte final: no deja de sorprender, y da mucho que pensar, la anotación que hay al final del libro (aunque tal vez sea cosa de los editores). Es la siguiente: París, 1930. Tal vez no a otros, pero a mí esas dos palabras me dijeron muchísimo acerca de la dificilísima tarea que se impuso este pensador: resolver la identidad latinoamericana.

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