miércoles, 26 de octubre de 2011

La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada

La increíble y triste historia de la cándida Eréndira es un cuento de contrastes. El primero y mayor de todos ellos es poco menos que evidente: Eréndira, una niña inocente que siempre ha vivido con su abuela y —no lo olvidemos— jamás vio hombre alguno más allá de los relatos que aquélla le contaba en su palacio dorado, es una persona que lo único que ha conocido es el trabajo duro. Hasta aquí hallamos la definición clásica de la pureza: austeridad, trabajo, soledad y virginidad.

Sin embargo, cuando su sino se ve truncado —y el destino será un tema que trataremos más adelante— Eréndira, ese ser angelical y puro, acaba prostituyéndose, quizá la mancha más grande a la pureza de una mujer que podamos comprender desde la moral clásica, para pagar una deuda a su abuela que, si antes ya abusaba de ella, pasa a disponer completamente de su carne y su voluntad.

Esta teoría de los claroscuros se puede apoyar, entre otras cosas, en el vocabulario y en las expresiones empleadas por el autor, siempre llenas de contrastes. Por ejemplo, podemos encontrar en los primeros compases del texto ya algunas estructuras lingüísticas en que a ciertos objetos se les asignan cualidades que les son extrañas. Una muestra,

[...]
con muebles frenéticos y estatuas de césares inventados, y arañas de lágrimas y ángeles de alabastro, y un piano con barniz de oro, y numerosos relojes de formas y medidas imprevisibles.
[...]

Esto, como ya sabemos, es un recurso que se multiplica hasta el infinito en el realismo mágico, pero en este cuento es especialmente significativo en tanto adquiere una nueva dimensión. Normalmente, esta clase de construcción nos lleva al perfecto doble extrañamiento: por una parte, nos extraña la relación, y por otra nos extraña el hecho de entenderla, lo cual hace que nuestra realidad —nuestra comprensión— se identifique con la fantasía que nos propone el autor. Sin embargo, aquí, más allá de la dicotomía de lo real y lo maravilloso topamos con la de la "pureza" y la "suciedad", siendo tanto una paradoja como un claroscuro que, a la vez que fascina, impacta.

Esta tesis del contraste se apoya en muchas otras cosas. Primeramente, lo real-maravilloso es un primer báculo para ella, quizá no lo bastante recio, pero se apuntala si tenemos en cuenta la variación del paisaje (desierto/mar), la del comportamiento de la abuela (a ratos conciliadora, a ratos esclavista) y, sobre todo, la de los personajes, que pasan por un alcalde que dispara a las nubes para que llueva y llegan al absurdo de una compañía de curas que internan a Eréndira en un monasterio en que, recordémoslo, aunque trabaja de sol a sol “contra el desierto”, es feliz, pero del que decide salir cuando su abuela así lo quiere, dato que es importante mantener en la memoria para cuando lleguemos a tratar el tema del destino.

Dentro de los personajes también encontramos contradicciones. Aparte de las ya explicadas acerca de Eréndira y su abuela, hallamos en el papel de personaje principal, de héroe, a un jovencito “cuyo abuelo tenía alas” que se acaba convirtiendo en un asesino para poder liberar, de nuevo, la pureza de Eréndira, que ahora es su locura.

Quizá sea ése y no otro el tema más interesante de la narración. Concretemos: el tratamiento que hace García Márquez del mismo, de la demencia. El cuento, en cuanto a su estructura es, ante todo, circular, ya que Eréndida empieza sola y pura y termina de la misma manera. Sin embargo, la imagen final del cuento —ella corriendo como ausente por la playa, con un chaleco de oro, hasta desaparecer— transmite pura locura. Una locura que se masca desde el principio del cuento, cuando se nos expone que Eréndira es capaz de trabajar despierta y que su abuela sueña sus desgracias.

Llegados a este punto, no podemos hacer más que plantearnos lo siguiente: ¿qué diferencia real hay entre Eréndida y su abuela? Realmente, ¿no nos está engañando García Márquez con el título mismo? ¿No sería uno más adecuado, quizá, La increíble y triste historia de la cándida Eréndida o su abuela desalmada? Esta teoría es, ciertamente, demasiado suculenta como para desdeñarla. Cualquier creador literario podría afirmar el grandísimo atractivo que tiene para un escritor no ya huir de las dicotomías maniqueas, sino lograr dar la vuelta a una situación y hacer creer al lector que el personaje malvado no lo es camuflando el mal con inocencia. Por ejemplo, fijémonos en los siguientes detalles: la abuela de Eréndida fue prostituta antes de encontrar el amor, la abuela es sonámbula como ella, el proceso mediante el cual ambas mueren evoluciona a la par y, sobre todo, también lo hace su locura. No sólo eso: Eréndida huye con el chaleco de la abuela —su símbolo— y desaparece, porque quizá al hacerla matar realmente lo que esté haciendo sea suicidarse. Hagamos una pausa en el siguiente dato: García Márquez nos cuenta que al final Ulises llama a Eréndira, no ya como a una amada, sino como a una madre. Algo más a tener en cuenta: la abuela adivina el futuro de Eréndira (es decir, parece que ya sepa lo que le va a pasar), y como remate final y apunte para nuestra teoría: Eréndira siempre vuelve, irremisiblemente, con la abuela, a quien no puede matar.

Prestando cautelosa atención, de hecho, percibimos una cosa: al final del relato Eréndira se porta mal varias veces con Ulises, lo trata de mala manera, le desprecia en una actitud que le es extraña, que nos parece más propia de su abuela que, si lo meditamos cuidadosamente, ni siquiera es tal, ya que Eréndira es adoptada.

Así, llegamos a la gran pregunta del relato. Odiamos a la abuela y amamos a Eréndira pero, ¿qué, en todo lo descrito, podría impedir que la abuela hubiese tenido exactamente el mismo pasado que su nieta? Así, García Márquez deja entrever, entre los infinitos esbozos de circularidad —pues Eréndira tras desaparecer podría convertirse en una nueva abuela (quiero decir, no es imposible)— una identificación entre los dos grandes personajes del relato y nos alecciona —camuflando la maldad tras un velo de inocencia— sobre los peligros de catalogar a las personas en buenas y malas, y nos intenta hacer llegar que, cuando el destino, cuando el viento de la desgracia sopla en contra, nada de lo que hagamos podrá evitar que lo consumemos; nada de lo que Eréndira haga podrá evitarle la desgracia: convertirse en su "abuela desalmada".

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