Muchos
han catalogado la novela de Jack Kerouac, En
la carretera, como
una suerte de "biblia". Si atendemos a la concepción de
los libros religiosos como armas- numerosos genocidios provocados en
la historia bajo el estandarte de libros religiosos hace posible esta
triste afirmación- sí es cierto que podría designarse, siempre
metafóricamente, de esta manera, al pergamino redactado por Kerouac
en apenas veinte días. Sin embargo, si queremos establecer una
comparación entre la obra y los libros religiosos creo que sería
más acertado tomar como ejemplo la secreta y mística cultura que se
atesoraba en los cuerpos, mentes y libros que llenaban los templos
budistas del Tibet (en las épocas anteriores a la conquista china,
cuando el Dalai-Lama aún no era poco más que un mono de feria o una
estrella del rock). Y no sólo por la curiosa influencia que tuvieron
estas culturas orientales sobre el autor y los demás beat-
Allen
Ginsberg se dejó llenar por completo de ellas-
sino
más bien por las consecuencias que estas "armas cargadas de
conocimiento" acarrearon para aquellos que se deleitaron en sus
saberes.
Se
ha pretendido dejar claro el concepto de destrucción que se deriva
de los otros tipos de literatura religiosa, una destrucción al
prójimo, con objetivo de conquista. En cambio, los textos budistas,
que yacían escondidos en los templos debido a su carácter de
sabiduría oculta, crearon el temor entre aquellos que sabían que no
podían acceder a esa poderosa arma. El gobierno chino, entonces,
exterminó a aquellos monjes, quemó los templos y colocó a sus
propios líderes en la cabeza de la religión, desposeyéndola de
aquello que la formaba como tal, pero manteniendo el símbolo y la
apariencia ante el resto del mundo, ya sin peligro alguno.
Pues
bien, volviendo a la obra, Kerouac nos presenta a un pequeño grupo
de piratas, de vagabundos, que tan solo busca algo de vida y espíritu
humano, que apenas colea, ya perdido en la hiperestructura social que
asola al mundo durante el siglo XX. Ello deriva en la imagen de
autodestrucción de los personajes a los ojos de la sociedad. Me
explico: los personajes se reconocen entre sí como seres llenos de
vida, seres admirables; mientras que para los secundarios, aquellos
que no compartían su filosofía de vida -incatalogable en un modesto
artículo como este-, resultan seres tan ajenos a la realidad que no
merecen ni ser tenidos en cuenta. El primer factor que nos indica
esto es la eliminación casi total del tiempo para los personajes.
Desde la primera página a la última los personajes viajan, viajan y
punto, se mueven en un espacio mental en el que el origen y el
destino del viaje han desaparecido totalmente. No importa nada más
que extraer la Vida de cada momento. Y para conseguirlo han de
transformar mentalmente la realidad que les rodea para adecuarla a
sus necesidades. Consiguen transformar un mundo ordenado, lleno de
posibilidades para prosperar, en algo caótico donde poder sumergirse
en un devenir sin rumbo alguno. He aquí una dualidad: mientras que
el observador externo percibe a los beat
fuera
de la realidad, el lector, que escucha sus reflexiones, que les sigue
en sus horas de carreteras, puede ver como la posición de los mismos
es de una cierta lucha, o una suerte de resistencia, contra la
realidad.
No obstante se trata de una realidad tan grande, tan poderosa, tan
mundial, que no pocas veces se ven arrancados de ese estado onírico
que les permitía (sobre todo a través del jazz, la velocidad y las
drogas) crear su mundo. Cuando ya parece que han tocado fondo,
cuando la esperanza de volver a vivir se ha visto truncada
aparentemente para siempre, atada por las férreas cadenas de la
sociedad, cuando el gigante mundo parece que ha ganado la partida,
encuentran una vía de escape: México. Viajan a otro mundo que se
encuentra en un estado mucho más salvaje, donde la propia realidad
les ataca a ellos y a sus prejuicios, donde todas las señales que
les rodean apuntan a descolocar lo que estaba establecido en sus
cabezas. La policía deja de ser un enemigo, son personas con las que
se puede tratar, aunque sea mediante el soborno. Las drogas corren
libremente, en abundancia y excesiva calidad. No obstante, se puede
observar cómo la conquista mundial, poco a poco, se va abriendo paso
y ya asoma sus invisibles tentáculos hasta en los mundos opuestos.
Se muestra el viaje, pues, como forma de vida. De lucha contra lo
establecido. El viaje sin principio ni final, simplemente como el
motor de Neal Cassady, que funciona sin parar. Aquí reside el poder
de la obra como arma, es un arma de doble filo que hiere mortalmente
al que la lee, provocando una destrucción mental que ataca a la
concepción del mundo del lector. Una vez nos hemos sumergido en la
atemporalidad del viaje en sí, ya jamás volveremos a concebir el
mundo como un todo ordenado. Maestralmente, se supone que el perro de
un colega de Kerouac se comió la última parte del rollo
mecanografiado -creamos en ello-, lo cual elimina cualquier fin
posible. Quedamos atrapados en ella para siempre. Suspendidos en la
carretera, en un viaje sin principio ni fin. Por ello, recomiendo
encarecidamente que nadie lea esta novela, así tan sólo el que
realmente quiera hacerlo, lo hará.
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