jueves, 1 de septiembre de 2011

En la carretera


Muchos han catalogado la novela de Jack Kerouac, En la carretera, como una suerte de "biblia". Si atendemos a la concepción de los libros religiosos como armas- numerosos genocidios provocados en la historia bajo el estandarte de libros religiosos hace posible esta triste afirmación- sí es cierto que podría designarse, siempre metafóricamente, de esta manera, al pergamino redactado por Kerouac en apenas veinte días. Sin embargo, si queremos establecer una comparación entre la obra y los libros religiosos creo que sería más acertado tomar como ejemplo la secreta y mística cultura que se atesoraba en los cuerpos, mentes y libros que llenaban los templos budistas del Tibet (en las épocas anteriores a la conquista china, cuando el Dalai-Lama aún no era poco más que un mono de feria o una estrella del rock). Y no sólo por la curiosa influencia que tuvieron estas culturas orientales sobre el autor y los demás beat- Allen Ginsberg se dejó llenar por completo de ellas- sino más bien por las consecuencias que estas "armas cargadas de conocimiento" acarrearon para aquellos que se deleitaron en sus saberes.

Se ha pretendido dejar claro el concepto de destrucción que se deriva de los otros tipos de literatura religiosa, una destrucción al prójimo, con objetivo de conquista. En cambio, los textos budistas, que yacían escondidos en los templos debido a su carácter de sabiduría oculta, crearon el temor entre aquellos que sabían que no podían acceder a esa poderosa arma. El gobierno chino, entonces, exterminó a aquellos monjes, quemó los templos y colocó a sus propios líderes en la cabeza de la religión, desposeyéndola de aquello que la formaba como tal, pero manteniendo el símbolo y la apariencia ante el resto del mundo, ya sin peligro alguno.

Pues bien, volviendo a la obra, Kerouac nos presenta a un pequeño grupo de piratas, de vagabundos, que tan solo busca algo de vida y espíritu humano, que apenas colea, ya perdido en la hiperestructura social que asola al mundo durante el siglo XX. Ello deriva en la imagen de autodestrucción de los personajes a los ojos de la sociedad. Me explico: los personajes se reconocen entre sí como seres llenos de vida, seres admirables; mientras que para los secundarios, aquellos que no compartían su filosofía de vida -incatalogable en un modesto artículo como este-, resultan seres tan ajenos a la realidad que no merecen ni ser tenidos en cuenta. El primer factor que nos indica esto es la eliminación casi total del tiempo para los personajes. Desde la primera página a la última los personajes viajan, viajan y punto, se mueven en un espacio mental en el que el origen y el destino del viaje han desaparecido totalmente. No importa nada más que extraer la Vida de cada momento. Y para conseguirlo han de transformar mentalmente la realidad que les rodea para adecuarla a sus necesidades. Consiguen transformar un mundo ordenado, lleno de posibilidades para prosperar, en algo caótico donde poder sumergirse en un devenir sin rumbo alguno. He aquí una dualidad: mientras que el observador externo percibe a los beat fuera de la realidad, el lector, que escucha sus reflexiones, que les sigue en sus horas de carreteras, puede ver como la posición de los mismos es de una cierta lucha, o una suerte de resistencia, contra la realidad. No obstante se trata de una realidad tan grande, tan poderosa, tan mundial, que no pocas veces se ven arrancados de ese estado onírico que les permitía (sobre todo a través del jazz, la velocidad y las drogas) crear su mundo. Cuando ya parece que han tocado fondo, cuando la esperanza de volver a vivir se ha visto truncada aparentemente para siempre, atada por las férreas cadenas de la sociedad, cuando el gigante mundo parece que ha ganado la partida, encuentran una vía de escape: México. Viajan a otro mundo que se encuentra en un estado mucho más salvaje, donde la propia realidad les ataca a ellos y a sus prejuicios, donde todas las señales que les rodean apuntan a descolocar lo que estaba establecido en sus cabezas. La policía deja de ser un enemigo, son personas con las que se puede tratar, aunque sea mediante el soborno. Las drogas corren libremente, en abundancia y excesiva calidad. No obstante, se puede observar cómo la conquista mundial, poco a poco, se va abriendo paso y ya asoma sus invisibles tentáculos hasta en los mundos opuestos. Se muestra el viaje, pues, como forma de vida. De lucha contra lo establecido. El viaje sin principio ni final, simplemente como el motor de Neal Cassady, que funciona sin parar. Aquí reside el poder de la obra como arma, es un arma de doble filo que hiere mortalmente al que la lee, provocando una destrucción mental que ataca a la concepción del mundo del lector. Una vez nos hemos sumergido en la atemporalidad del viaje en sí, ya jamás volveremos a concebir el mundo como un todo ordenado. Maestralmente, se supone que el perro de un colega de Kerouac se comió la última parte del rollo mecanografiado -creamos en ello-, lo cual elimina cualquier fin posible. Quedamos atrapados en ella para siempre. Suspendidos en la carretera, en un viaje sin principio ni fin. Por ello, recomiendo encarecidamente que nadie lea esta novela, así tan sólo el que realmente quiera hacerlo, lo hará.

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